lunes, 29 de octubre de 2007

El Cielo por un charco"


La lluvia le dejaba un sabor agridulce. Un día lluvioso era un día deprimente, en el que la melancolía le acompañaba desde que abría los ojos. Por otro lado, un día lluvioso era un día acogedor, en el que podía mirar por la ventana y ver cómo la gente, ahí abajo, en la calle, corría como hormiguitas de un lado a otro, encogiendo los hombros como si eso fuese a librarles de las miles de gotas que caían violentamente desde el cielo gris.

Salió a dar un paseo. Había parado de llover y ahora brillaba el sol. Le deslumbraba y casi no podía abrir los ojos. El suelo estaba enmoquetado de hojas, ramitas, y florecillas que días antes adornaban vanidosamente los árboles. Ahora su aspecto en el suelo era lamentable, mezcladas con barro hacían resbalar.

Incluso comenzaba ha hacer calor.

Se detuvo junto a un charco y allí, de pie, contempló el cielo a través de aquel espejo de agua.

Podía ver los pedacitos azules que se asomaban entre las nubes.

Poco a poco todo se hacía más y más claro. Las nubes abandonaban el cielo, como señoras gordas que se alejaban ofendidas por el sol. El sol, tan brillante, tan luminoso. Enviaba sus rayos contra aquel charco creando un falso arco iris.

Aquello se convertía en un juego, y se divertía un poco. Mirando el mundo a través de un charco.

Los colores cambiaban, y de repente todo se fue tornando naranja y rosa. Era bonito, pero le dejaba una sensación de amargura.

El charco se volvió negro y unos puntitos brillantes lo invadieron. Hacía frío y ya nadie se asomaba a aquel charco. La noche fue larga y difícil allí de pie, mirando su propio mundo.

Cada parte de su cuerpo se congelaba lentamente, ya no sabía si temblaba o se paralizaba.

Y amaneció. Un nuevo día. Algunos niños pasaban corriendo a su lado, mirándole como si vieran algo asombroso. Uno de ellos asomó su cabecita al charco.

- ¿Qué hay ahí dentro?.-

Su vocecilla inocente le golpeó fuertemente. Pero no pudo responderle, simplemente se encogió de hombros y el niño se alejó.

Así era, de vez en cuando alguien se asomaba al charco y le preguntaba, pero nunca conseguía responder a nadie algo lógico.

Y las horas se convirtieron en días. Algunos eran fríos, otros calurosos, a veces llovía… lo peor eran las noches, las pasaba tiritando.

Había empezado a olvidar algunas cosas.

Un señor se le acercó y le invitó a mirar en otro charco, quizás encontrase algo más interesante que allí. Eso le hizo dudar. No se atrevía a dejar su charco. Pero la curiosidad le comía por dentro, y el anhelo de encontrar algo mejor que lo que veía. Así que levantó la vista levemente. Lo suficiente para ver que a tan solo un paso había otro charco.

Lo hizo. Rápidamente. Cambió de charco. Al principio las cosas que se reflejaban le parecían asombrosas y todo se volvió a convertir en un juego, le hacía cierta ilusión y aliviaba un poco el dolor de sentir que se consumía frente a un charco aburrido.

Pero pronto se dio cuenta que aquel charco era igual que el suyo: una superficie de agua en la que aparecía el triste reflejo de un cielo cada vez más lejano.

Decidió volver a su charco. Pero que horror le invadió cuando descubrió que era más pequeño que antes. El calor estaba evaporando el agua. Ahora todo estaba turbio por culpa del barro que se estancaba al fondo. Ya no se veía el cielo con tanta claridad. Incluso comenzaba a oler mal.

No quería perder la única visión que tenía del cielo. Así que pensó que si lloraba llenaría su charco otra vez. Apretó los ojos muy fuertemente, intentando que alguna lágrima saliese entre sus párpados cansados… no podía. Llevaba tanto tiempo allí que ni siquiera podía llorar.

Y la gente ya ni se le acercaba. No despertaba en ellos el menor interés. Sus amigos ya no le visitaban para hablar e intentar que levantara la cabeza. Su familia tampoco.

Su charco era su prisión, no tenía nada. Y cada vez era más pequeño y turbio.

Decidió no esperar nada más. Simplemente quedarse allí de pie hasta que desapareciera. ¿y después? No lo sabía.

De repente alguien le tocó el hombro.

- ¿No quieres mirarme?.-

Negó con la cabeza, muy levemente, le dolía el cuello.

- Está bien. Pero déjame que te diga algo.-

Encogió los hombros, en un gesto de indiferencia.

- Llevas años mirando ese charco. ¿No sientes esa soledad terrible que te invade?. El mundo desaparece ante tus ojos, y cuando se evapore del todo, no verás mas que el suelo sucio. Deberías levantar la vista. Deberías mirarme. Yo puedo enseñarte el cielo de verdad. Es mucho mejor que el simple reflejo sucio que ves. Es incomparable. Y no pasarás las noches temblando de frío.-

Un nudo en la garganta se rompió y pudo volver ha hablar.

- ¿Por qué has permitido que llegue hasta aquí? ¿Dónde estabas? Si puedes enseñarme ese autentico cielo ¿porqué no impediste que mirase este charco la primera vez?-

Esperaba palabras duras, que reprochasen su actitud hostil. Al fin y al cabo, sabía que su corazón se había congelado por voluntad propia. Había dejado todo de lado por una falsa ilusión. Aquel charco le llevó a perderlo todo.

- Siempre he estado aquí, detrás tuya, esperando que levantases la vista y me mirases. Una vez tuve la impresión de que volvías, pero sólo fue para mirar otro charco. ¿Sabes cuanto he llorado por ti?. Pero tu quisiste parar y mirar ese charco, no puedo impedir tus decisiones. Puedo estar a tu lado, rogando por ti.

- No puedo mirarte, estás enfadado conmigo.-

- No. Nunca lo he estado. Vamos, deja de mirar ese charco, es un falso reflejo de la verdad. Nada brilla más que el verdadero sol, ni es más azul que el verdadero cielo. Y podrías contarle a todo el mundo cómo es. Incluso a esas personas que caminan como tú, cabizbajos porque ya no tienen ni siquiera un charco donde mirar.-

- No lo sé.-

- Vamos, vuélvete a Mi y verás el Cielo.-


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